Se levantó y corrió, por las calles desoladas de Nueva York. Tantas almas y ninguna podía ver la suya. Tanto silencio sin notar sus gritos. Tantos latidos y ningún corazón con el cual compartirlos.
Sus rodillas tocaron el suelo en un tropiezo. La sangre fluía por su corazón sin sentir nada más que dolor. La oscuridad había tomado el control de todo. No existía más aquella persona que siempre había sido. El sufrir había hecho sus estragos y un alma sin pavor había tomado el lugar de lo que antes ocupaba la felicidad.
Nadie la observaba, nadie la sentía, nadie la apoyaba.
Ella, entre lágrimas, junto a su corazón roto, se preguntó: "¿A donde va el tiempo, que nunca nadie lo encuentra?"
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