sábado, 18 de octubre de 2014

rain.

El cielo se mostraba triste. Sus colores claros se habían apagado, aunque apenas era de día. El azul se difundía con el púrpura, y más allá de los árboles bañados en sombras y lluvia, todo se teñía de negro. Ella estaba sentada dentro de su casa, mirando por la ventana que daba hacia el asfalto. La gente cruzaba frente a ella sin notarla, aunque solo los separaba un frágil cristal. Le gustaba la sensación de sentirse invisible. Inexistente. "Quizás así debería ser siempre" se dijo.
Estaba agotada, aunque no había hecho nada en todo el día. Había estado sentada mirando la lluvia salpicarlo todo desde la madrugada. Le gustaba ver llover. Le gustaba la teoría que explicaba que a la gente triste le gusta la lluvia porque refleja las lágrimas de su espíritu, las lágrimas no tangibles, aquellas que no puede sacar por sus ojos. Ella se había hartado de llorar. Se había convencido así misma de que no ganaba nada llorando. Pero aún así, lo hacía. Era inevitable. Tan inevitable como la caída de las hojas anaranjadas en otoño. Y se enojaba consigo misma. Y se odiaba por hacerlo. Y se odiaba aún más no poder detenerse. Al final del día, entre más llanto, hacía las pases con su consciencia. "Después de todo", decía "soy mi mejor amiga. Mi compañera. Me quedaré conmigo por el resto de mi vida. No puedo odiarme".
El motivo de su llanto era casi inexistente. ¿Quién podría saberlo? Podría ser por tantas cosas. Ya lo había olvidado. Había olvidado por qué estaba triste. Pero no podía ser feliz. Y no lo haría, hasta que parara de llover. Y por Dios, hacía tanto tiempo que llovía.