La locura empieza con un paso. Me acerco hasta la puerta y
la empujo. No dudo, no me doy tiempo a hacerlo. Cierro los ojos y me impulso.
Corro sin ver por dónde camino pero no me importa, no tengo miedo de caer. El
suelo se siente plano, no hay piedras, no hay quien detenga mis pies. El viento
pasa de cálido a frío pero nunca se vuelve tibio, nunca encuentra su
equilibrio. Mis brazos intentan seguir un ritmo, pero simplemente despliegan y
levitan en algo que no es el cielo, pero se siente como el mismo.
La plaza está vacía, es una ciudad sin niños. Nadie llora,
nadie ríe. Todo está callado. Ya no hay amantes en las esquinas que me
inspiren. Parece una prisión sin rejas.
Tan solo quiero volar.
Realmente no me importa el precio que tenga que pagar. ¿Qué
más querrían de mí? Ya tomaron mi cordura, mi fe y mi paz.
Tan solo exijo libertad.
Así que corro, sigo corriendo ¿Qué importa ya? Mis piernas
están cansadas y mis ojos intentan llorar, pero el miedo de abrirlos me prohíbe
hacerlo. Mis brazos se adormecen. Parecen alas cortadas.
Pero aún deseo ver.
Aún deseo creer.
Me gustaría despertarme y encontrarme dentro de un sueño.
Pellizcarme y que duela. Los niños riendo, los amantes besándose, las aves cantando, el sol brillando. Realmente
no me importa el precio que tenga que pagar ¿Qué más querrían de mí? Ya me
quitaron el mundo, y el sueño de vivir.
La paz es un cuento que nadie me pudo
contar. La guerra no se disipa, es un humo
tóxico esparcido entre nosotros. Los miro y la veo. La busco, y la encuentro. Y
aun cuando no la busco, está ahí.
Me detengo y me siento en un viejo banco. Es blanco, y
las gotas de una lluvia temprana aún se derraman por la pintura salpicada. Miro
al cielo.
Que extraño.
No veo nada.