miércoles, 3 de junio de 2015

y lo demás, francamente, no importa.

Te miro, y los errores se van. No hay bien o mal, la verdad está ahí, brillando en tus pupilas. Tus ojos se mueven, se vuelven locos. Miran hacia  mí y luego al piso, sonrojados, pícaros. Y los  míos van de tus labios a tus pestañas, contemplando esa sonrisa extraña que derrumba hasta las más altas montañas. Tus órbitas desestabilizan las mías, cada palabra que sale de tu boca es como un alud de emociones. En mi mente todo se mezcla; pero te quiero. Te quiero escuchar para siempre, te quiero ver riendo, quiero ver tus ojos reflejando mi imagen y saber que estás ahí conmigo, y te juro, quisiera que ese momento fuera eterno.  ¿Cómo haces? Hasta tu presencia me quiebra, vuelve frágiles a mis rodillas. No te entiendo, sos como un juego imposible de ganar. Un caprichito que me quiero dar. Te quiero tanto que me duele no poder besarte, pero qué me importa, si ahora me estás mirando y no hace falta mover los labios para demostrarte que compartiría con vos más que un suspiro.  Estoy segura de que no llegas a imaginarte lo que provocas en mí, pero no tan segura de querer que lo sepas. Quizá es mejor dejarlo así, a medias. Aunque sospecho que cuando te hablo te das cuenta. Mi voz tiembla, se quiebra. A veces no encuentro la forma de hablar sin querer dejar de gritarte lo que siento, pero  por poco, me contengo. Me quitaste la coherencia, el talento de saber disimular. Me arrancaste el corazón, y te digo la verdad, te dejo hacer lo que quieras con él, no me importa;  tenelo. Contémplalo. Se consciente de que me había prometido no volver a pasar por esto, pero te convertiste en la mayor excepción. El error más lindo.

 Te quiero, con o sin chance. Sos mi caso perdido, mi salvador anónimo. Te quiero, estúpida e infantilmente. Sos como ese amor de nenes que carece de sentido pero desborda de emoción. Te quiero, porque lo prohibido me atrae, me condena, me mata. Te quiero, porque me consumís de la manera más hermosa: lentamente. Y no duele, lo disfruto.  Preferiría perder esta apuesta y quedarme varada en el medio de la nada, haber desperdiciado mil años  y un día, pero poder tenerte en mi mirada una última vez más.