lunes, 12 de marzo de 2012

Hace un par de días, no importa cuantos realmente, decidí que era ahora de contar toda la verdad. O al menos en partes. Mejor dicho, contar solo un poco y que el resto se encargue de preguntarme, o dejarse llevar por su catastrófica imaginación.
Encontré el espacio perfecto para contar todo lo que pasé, en una versión un poco resumida y menos desesperante. Voy a escribir mis momentos más dolorosos y penosos. Aquellos que quedarán marcados como cicatrices eternas en mi piel, buscando la manera de desaparecer.

Podría decir que todo comenzó un día como cualquier otro, pero ese día marco la diferencia. No recuerdo la fecha, pero es fácil saber el año, porque el tiempo no corrió una carrera muy rápida desde aquel entonces. 2011. Algunas cuestiones comenzaron desde antes, pero dicho año fue el detonante.
Había encontrado alguien a quién amar, pero no alguien que me amé. Mejor dicho, "algo", porque mi imaginación se encargó de poner en marcha el motor de la fantasía, llenando mi cabeza de estúpidos cuentos, sobre lo que alguna vez podría ser real. Yo sabía que jamás iba a pasar, pero seguía volcando y atosigando mi pobre mente de ideas.
Un poco después, logré llenar mi obsesión con todo lo que podía y lo más cercano que tenía para hacerme sentir junto a él. Me quedaba horas mirando fotos, vídeos o hasta incluso releyendo textos que sabía casi de memoria. Pero ignoraba todo lo imperfecto, jamás le encontraba errores. Y eso me llevo a la perdición.
Dejé que mi mente me guiará por caminos jamás construidos. Creé una perfecta utopía y me metí dentro de ella lo más que pude, dejando de lado lo real en todo momento.
Lloraba todas las noches a escondidas, me deprimía con dos palabras que me decían y el pensar ya me hacía mal. Además de esta locura, mi autoestima estaba por el piso, lo que significa que no tenía el valor de atreverme a nada. Nadie podía notarlo. Era invisible para los ojos de cualquiera. Ocultaba todos mis dolores con una simple sonrisa, pero me di cuenta que eso no me ayudaba mucho.
Cuando estaba con alguien, era todo risas. Al encontrar un lugar para estar sola, todo se volvían lagrimas desde mis ojos.
Lo que más recuerdo, fueron todas las veces que lloré encerrada en el baño. Me miraba en el espejo, pensaba todo aquello que me hacía mal, y dejaba que cayeran las lágrimas. Hasta que un día las lágrimas se convirtieron en sangre.
Se había acercado la noche y yo, como siempre, me fui hasta el baño de mi habitación. Me senté en el piso y comencé a pensar en el dolor, en el nunca jamás y en el propósito inexistente de seguir viviendo. Hasta ese momento, solo me refugiaba en la música. Agarré una maquinita de afeitar y la desarmé para agarrar lo filoso y ahí sucedió. Me corté. Por un momento, se sentía bien, luego el dolor volvía. Era obvio, ya no había solución.
Fueron los momentos más dolorosos en los que acudía a esa respuesta. Cuando las lágrimas y las palabras ya no eran suficientes.
Luego de varios meses, me di cuenta que no servía de nada. Lo abandoné por un tiempo y luego comencé de nuevo, pero solo lo hice dos veces más.
Era 30 de diciembre, recuerdo bien la fecha, cuando me hice a mi misma una promesa. Cambiar. Todo aquello malo o que me lastimara, todo lo que me afectaba. O al menos reducir esas mismas cosas. Había algunas que no podría cambiar, como el amor incondicional hacía esa persona, pero sin embargo, podría convertir una enfermedad sin cura, en algo tratable.
El 31 recordé esa promesa, y a las 12:00 la dije para mi misma.
Hasta el día de hoy la sigo sosteniendo, no olvide nada. La mantengo y la encaro todos los días. Cuando lloro sin sentido, la recuerdo y mi llanto calma.
No me arrepiento de haberla hecho. No me arrepiento de salir yo sola de mi problema. Y tampoco me arrepiento de lo que hice. Todas las personas del mundo tienen que lidiar con un problema en su vida y afrontarlo. A algunos les toca peores, pero este es el mio. ¿Y saben  que? Aunque todavía no esté del todo curado, puedo sentir como el viento de la esperanza sopla y cicatriza.
Las cicatrices en mis muñecas que hoy tengo no me avergüenzan, solo me muestran cuan fuerte fui y todo el camino que dejé atrás para seguir avanzando.

No todos los sueños se hacen realidad con polvo de hadas, hay que luchar y no quedarse enfermizo con uno solo. Nuevos sueños posibles pueden aparecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario