Después
de casi unas dos semanas de un trabajo que no podría ser descrito como arduo
pero que me ayudaba a distraerme de lo que usualmente hacía cuando no tenía
nada que hacer, los recuerdos del tal Jonas ya no me visitaban con frecuencia. Quizá
en la ducha, cuando me quedaba inerte mirando las simétricas gotas salir del
grifo, o en el momento anterior a quedar dormida en las siestas. Pero cada vez
eran más cortos. La misma escena, fraccionada. Pequeños marcos distintos de
aquello que solía ser entero. De igual manera, me seguían estremeciendo, seduciendo, me
dirigían encantada hacia el misterio. ¿Cómo sonaría aquella voz? Podía
imaginarla. Dulce, al igual que gruesa. Podía traspasar mis oídos acariciándolos,
y sumirme al paraíso como cualquier álbum de Radiohead lograba hacerlo. Eso
era. Su voz era una canción. Una pista desconocida, perdida entre aquellos discos
rotos que no tendría el placer de oír jamás.
Cada día
era igual, pero la rutina a veces logra transformarse encantadora cuando la
compartes con la persona indicada. Ahí estaba Celia; con su delantal verde y su
ropa negra, descoordinando de una manera mágica el orden de aquél uniforme con su cabello azul resplandeciente. Regalaba
sonrisas a cada cliente, que salía sacudido de encanto del local después de ser atendido con la que parecía ser la joven más feliz de toda la ciudad.
–Emma –pegó un pequeño salto al verme llegar.
Extendió una amplia sonrisa por todo su rostro–Te ves esplendida hoy. Debes
decirme cómo haces para lucir tan linda cada día.
Aquellos
comentarios eran típicos de una persona como ella. No sabía a qué otras mujeres
se los hacía, pero la verdad es que no me parecían extraños ni desubicados. Me
halagaban, me hacían sentir cómoda, tanto como lo hacía su presencia.
–Puedo prometerte que ni siquiera lo intento –sonreí,
aunque esa era la verdad– ¿cómo se ve el panorama de hoy?
–Tranquilo, como siempre. Verás, nuestro descanso
se extenderá bastante hoy. Dudo que alguien asista, la mayoría estará
viendo la apertura del Super Bowl. Con suerte, quizá hasta podamos irnos más
temprano.
–Eso sería bueno –no estaba tan convencida. Volvería a mi casa en vez de pasar tiempo fuera de ella. Volvería a
ese sillón y me pondría a pensar. Los recuerdos quizás volverían con la misma
intensidad que antes, y la angustia no tardaría en acompañarlos, la botella de
Ron saldría de su escondite. Suena fatalista, pero el tiempo que pasaba sola
era una tortura, una guerra contra el reloj. Era un castigo diario, que se
había tomado unas vacaciones cuando había comenzado el trabajo, agotando suficientes
horas y energía como para volver cansada al 346 de la calle Pickup. Podía haber
trabajado jornadas de 24 horas sin problemas.
–Lo es –rebuscó entre mis ojos, que ahora reposaban
en el suelo demostrando mi poco entusiasmo. Podía sentir la compasión en sus
ojos grises en cuanto levanté la mirada– ¿Por qué no vamos por una pizza
después? ¿Te gustaría? –y me dedicó la sonrisa más tímida y linda que había
visto.
–Por supuesto, claro que me encantaría- respondí con un rubor hasta en la voz.
–Hecho entonces –me codeó suavemente en las
costillas, sin quitar la expresión amable de su rostro. A la proximidad en que se
encontraba, podía oler su aliento: una mezcla entre menta y café. – ¿te dije ya
que hoy te ves estupenda?
El resto del día se me pasó entre sonrojos y comentarios
dulces, once o doce clientes y un latte de vainilla derramado. El irnos antes
se nos fue permitido y lo ansiaba como nada. Quería ver a Celia en un lugar
dónde no sea el diario. Ver como se desenvolvía con la parte del mundo que no
venía hacia ella. Moría por verla sonriendo mientras ordenaba la cena, quería más
que nada ver que ropa se ponía y si se maquillaría resaltando el grisáceo
perlado de su mirada. Verla me resultaba encantador, atrayente. Me sentía como
un insecto guiado por la luz. Su seguridad emanaba un aire contagioso, tóxico del mejor modo: su ánimo podía convertir a un psicópata en una mejor persona. Y lo que no me extrañaba hace
unas horas, comenzaba a hacerlo ahora.Quizás sus piropos juguetones estaban ayudando a darme cuenta de algo que no asimilaba. Quizás Celia me gustaba.
Comenzaba a sentir mis latidos en el pecho, cuando Austin, un chico petizo y musculoso de pelo rubio hasta los hombros que solo ocupaba el turno de la tarde, llamó mi atención tocando mi hombro.
Comenzaba a sentir mis latidos en el pecho, cuando Austin, un chico petizo y musculoso de pelo rubio hasta los hombros que solo ocupaba el turno de la tarde, llamó mi atención tocando mi hombro.
– ¿Puedes atender al último? Tengo que irme, llego
tarde a una reunión –corrió un mechón rubio de su redonda cara bronceada–, por
favor.
–No hay problema –respondí. Pocas veces habíamos
hablado y no tenía mucho interés en hacerlo. Ciertamente, no parecía muy
amable.
–Gracias, te lo debo… Emma –pareció hacer un
esfuerzo para recordar mi nombre pero aún así fue agradable. Hizo una mueca, un
intento de sonrisa (no podía ni siquiera compararse con una de las de Celia) y
se alejó. “Debería empezar a juzgar menos…” pensé, y me di vuelta para
atender a quién sería el último cliente del día.
Sin levantar la vista rebusqué entre la pequeña
mesa inferior del mostrador una libreta para anotar el pedido. Tomé una
lapicera y concentrada en el blanco papel, le pregunté qué deseaba.
–Tan solo un café con leche, para llevar por favor.
Su voz me sonó tan conocida que cerré los ojos para
concentrarme en ella. Me paralicé. Una fría brisa había recorrido mi cuerpo
entero sin ningún aviso previo. Sentí mil puñaladas en mi corazón, sumergidas
hasta lo más profundo. Mis ojos parecían sellados, era imposible abrirlos. El
peso del frío que me poseía había llegado a todos lados. Cada dedo tieso, cada
músculo inerte. No podía reconocer si estaba aún de pie.
– ¡¿Estás bien?! –la voz parecía venir de la
lejanía de una cueva. Una luz brillante vino hacia mí en un instante, y
entonces lo vi.
Era él. Era Jonas. Mis ojos ya no estaban cerrados.
Me hallaba en el suelo y con sus manos en mí cuello, cuidando que mi cabeza no
se golpeara. ¿Había muerto y esto era el cielo? ¿Acaso aún seguía inconsciente?
Estaba mareada y confundida, pero podía ver su imagen con una perfecta
claridad. Sus labios rosados inmóviles,
su rostro en alarma. Aunque el frío me punzaba podía sentir el calor de su
cuerpo irradiar todo el lugar.
Estaba a punto de abrir la boca.
A segundos de zambullirme en sus abrazos. Como una
loca, maníaca, abrazarlo hasta que no quedaran rastros de él, tan solo una
chaqueta y un par de jeans.
Estaba tan cerca de quién me había quitado el sueño
todas las noches. De quién creí que era un producto de mi imaginación. De quién
estaba ciegamente enamorada.
Pero cuando mis labios se despegaron para formular
una oración, todo se volvió oscuro, y perdí la conciencia otra vez.
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