Cuando desperté, me encontraba en el hospital. Una
aguja penetraba mi mano y las luces del techo me encandilaban. Supuse que aún
seguía bastante aturdida como para ponerme de pie, pero aún así decidí intentarlo.
Me quité la fría sábana de encima y saqué un pie de la cama.
–No lo hagas. Vas a lastimarte.
Ahí estaba, otra vez. Su voz se sentía como aleteos
de un insecto dentro de mis tímpanos. Desconcertada, deduje que se encontraba detrás
de mí.
–Qué… ¿Por qué estás aquí? ¿Qué has hecho? –cada
palabra salía de mi boca como si estuviese a punto de vomitar. Nada tenía
sentido, no podía formular siquiera una pregunta. Mil incógnitas se cruzaban
delante de mis ojos y era incapaz de concentrarme solo en una.
–Te desmayaste. Estuviste inconsciente más de tres horas
–se acercó unos pasos, podía darme vuelta y chocarme con su cara, pero no
quería. No me animaba–, tu amiga Celia se fue hace un rato, pero me dijo que
volvería lo más rápido que le fuera posible.
– ¿Y por qué te quedaste? ¿Por qué apareciste? –estaba sollozando. La tensión me acribillaba. ¿Cómo podía ser que no pudiera expresarme
bien? Necesitaba decirle todo, y en ese momento, parecía que el lenguaje no
existía. No había forma. ¿Cómo explicarle a alguien más algo que nunca entendí
yo misma? ¿Cómo cuestionar a alguien que nunca vi, pero aún así conocía?
– Prácticamente –dio la vuelta y se colocó justo delante
de mí, cara a cara, ininterrumpidos por nada– caíste rendida a mis pies. – Mis
mejillas ardían. Sonrió levemente. Sus comisuras se ubicaron a la misma distancia
y sus ojos se achicaron a medida que su gesto se agrandaba. La misma sonrisa
que había visto en mis recuerdos, plasmada en la realidad.
–Espero no haberte asustado –tomé aire, era hora de
hablar del tema. Ya no podía aguantar un minuto más en la incertidumbre. Todas
las respuestas que busqué durante tanto tiempo se me concederían; por fin sabría si estaba tan loca como para inventar
vivencias con quién me estaba mirando en ese instante. – Quería saber si… yo me
estaba preguntando… ¿Nos conocemos de algún otro lugar?
Mi voz temblaba y lentamente mi cuerpo también
comenzó a hacerlo.
–Yo no lo creo –agitó su flequillo con su mano mientras
esas palabras quebraban mi corazón. Pensé que estaba al borde de las lágrimas,
cuando de repente se sentó a mi lado – pero me resultas familiar. No como si ya
te conociera, está claro, ni siquiera sabía tu nombre antes de que comprar un
café se convirtiera en un capítulo de ER Emergencias –trató de bromear, aunque
lucía nervioso, no sabía dónde colocar los ojos. Finalmente, los posó en los
míos–, pero aún así…
Celia y Adele entraron en la habitación. Las dos
traían cafés en sus manos, y caras de alivio que seguramente se debían a verme
despierta y físicamente bien. Por dentro, me sentía más que destruida. Me
sentía derrotada, perdida. Completamente
desorientada.
–Bien, entonces supongo que nos veremos pronto –él
se puso de pie, y se acercó hacia mí para darme un beso en la mejilla. Sus
labios se sintieron tan cálidos y dolorosos. Una despedida dulce para un adiós
indeterminado. Se marcharía, con la esperanza de mi cordura. Con mi orgullo
destrozado y el corazón triturado. –Adiós– Dijo al despegar sus labios. Antes
de darse la vuelta, tomó mi mano y deslizó un pequeño papel doblado dentro de
mi puño. Me guiñó el ojo, ruborizando hasta mi mirada, y caminó hacia la
puerta, despidiéndose de mis amigas con la mano, de una forma desinteresada,
como si le hubiese molestado que hubieran aparecido para interrumpir sus
palabras. O al menos eso deseaba yo que sintiera.
– ¿Estás bien? –preguntó Adele, acercándose a mí– ¿Has
comido algo siquiera en estos días? ¿Por qué te desmayaste de esa forma? ¿Qué
mierda te pasa?
–Adele, por favor. No estoy de humor.
– Te quedarás en mi casa. No me importa tu estilo
de vida pseudo-bohemio, ni a qué juegos estás jugando –me miraba más seria que
nunca, y sonaba totalmente enojada–, ¿Qué es lo que quieres ganar con esto?
–No tengo ni idea de lo que estás hablando. No
tengo nada que esconder –cerré con fuerza mi puño, hasta que el papel no se
sintió más–, si insinúas que tengo problemas con la comida, te equivocas. No
soy tú a los 16 años y tampoco me interesa que me trates como si lo fuera. No
tienes preocupación, tienes un complejo con el control y la autoridad. Pero no
vas a controlarme ni ser mi madre. –no quería decirle todo eso, realmente no
quería. Pero me sentía tan frustrada como confundida, y mis sentimientos
estaban flotando en todas direcciones. La decepción se encontró con el enojo y
la desesperación, haciendo de mí un mounstro–. Lo siento, no era mi inten…
–Está bien –no me dirigió la mirada. Su voz se
opacó y su cara se hizo de piedra. Se levantó con brusquedad y se alejó–. No me
busques, Emma.
La había cagado. Terriblemente. No tenía más
terreno que cagar.
–Wow –dijo Celia desde la esquina en la que estaba
apoyada– eso es tener furia. Creo que mejor voy con el doctor para ver si
puedes irte a casa hoy.
–Por favor.
–Si te vas a tu casa, ¿estarás bien? Puedes venir
conmigo, si quieres.
–Estaré bien –el rechazo a esa propuesta en
cualquier otro momento habría sido imposible de imaginar. Pero ahora…–, solo
quiero estar sola. No quiero arruinar las cosas con nadie más, y en este
momento, soy un desastre nuclear. Tengo que pensar.
–Lo entiendo –se acercó– pero a veces –se acercó aún
más–, la soledad es la compañía más destructiva.
Y me tomó del mentón.
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